intentaré poner freno a un fantasma irreducible
uno que como a todxs y a nadie, le recorre los muros de Elsinor
oscuro y aterrador; no respeta, no escucha, no ama
solo enciende las llamas del infierno
en un corazón ya olvidado por quien lo posee,
yo misma
sus palabras, idénticas a las de un dios, se sienten como truenos en mis oídos
cierro los ojos para no ver su propia muerte detrás y delante mío
quiero que muera, pero no lo logro.
busco un freno de mano,
un freno imposible, inhallable,
su inconsistencia me derriba todos los sueños.
el vapor, símbolo de aquello que no tiene entidad, ni rostro, me persigue como una flecha
sigo escondida
pero siempre me encuentra
incluso, en una palabra, una coma, un punto en medio de una pared
padre de los padres,
fantasma irreductible
pensamiento asesino que ruego se detenga
pensamiento fantasma de cada día, de cada linea,
mi padre ha muerto, pero su inconsistencia persiste, invariable, idéntica a si misma, reiterada y vacua.
la busco y la encuentro en cada hombre, en cada hombre
él repite incansable, su paseo vaporoso por los muros del abismo inmemorial, y su voz de trueno resuena años en mi pecho destrozado de tanta búsqueda inútil de una palabra jamás pronunciada, de una acercamiento nunca siquiera imaginado, una pregunta fundamental, acaso solamente un solo y único acontecimiento real.
todos y cada uno de los encuentros, incluso cotidianos, fueron efímeros, volátiles, con sabor a nada,
tuve un padre, incoloro, un padre indoloro, un padre espectral
hoy mi padre no ha muerto todavía
los truenos resuenan en un murmullo inacabado, en una voz que habla el idioma de lo no dicho, de lo no posible
a pesar de ello deberé enterrarlo vivo, sin temer las consecuencias de este acto terrible de amor a mi misma, no se puede no tener sino aquello que no se ha tenido nunca, decían y aplico con los fines de sostenerme en algún sitio.
no hallo otra solución menos temeraria y menos dolorosa que un entierro y un duelo, mis lágrimas y mi culpa no son nada comparado al horror que produce algo que no existe y que sin embargo se pasea con voz de trueno y espanto, por un empedrado colmado de verdín, hablando en el idioma de no decir nada, de no cuidar nada, de no importar nada y de olvidarlo todo.