Un bebe muerto paseando de la mano de una niña de once años no parece nada raro en el universo de la literatura. Pero que este mismo bebe, se pudra mientas pasea y busca los propios huesos perdidos en su desentierro, es otra cosa. Si bien la pobre angelita no descansa en paz por causa de estos últimos finales de su vida, procura caer bien y parece no importarle nada eso de estar descomponiéndose todo el tiempo. Esto ultimo es lo mas escandaloso. Al principio a nadie le gustaba su presencia, pero era de todos modos, imposible revertir su estado. Cuando la llenaron de vendas e intentaron frenar el retroceso de su vida en lo tejidos de su cuerpo verdinegro, lo único que lograron fue que se cayeran aun mas, y cuando quisieron asesinarla, se percataron que la pobre se volvía aun mas aterradora y encima de mal humor. Nada funcionaba con ella. Angelita demandaba mucho. Había que entretenerla para que no saliera mucho a la calle y espantara a los niños, sobre todo por los traumas que pudiera provocar en ellos. Los adultos que ya la habían tratado, se alarmaban y agarraban la boca y la nariz con las manos para no escandalizar al resto con grandes sobresaltos. La única que parecía encantada con pasar tanto tiempo con ella era Romi, la china de enfrente. Ella con su falta de erres y sus eles alargadas se entendía muy bien con la bebe muerta. Incluso llegó a prestarle la heladera todo el tiempo que angelita quisiera. Era mejor para ella estar refrigerada, y mas cuando venia el calor del verano en buenos aires. los vivos también se descomponían, pensó angelita, que ya no pensaba como un bebé y empezaba a hablar farfullando alguna cosa sobre los yogures.
Si bien Angelita quería estar todo el día con su desenterradora, y trataba de no perderla de vista, pasar las horas de la tarde con Romi le parecía toda una aventura. Romi con el tiempo abandonó el castellano cuando le hablaba y Angelita comenzó a entablar farfullaciones con ella en chino a la edad inmortal de 3 los tres años. Gracias a las tardes pasadas en la heladera, creo que duró más y al poco tiempo la ayudaba en las góndolas como agradecimiento. Pronto se ocupaba de reponer las mayonesas, que salían mucho y de hornear el pan. Nunca le gusto cortar fiambre, quizás porque le recordaría que ella estaba muerta. Un día le pidió a su desenterradora si podía ir a vivir al supermercado, que allí se sentía bien y allí se quedó, con Romi, hablando mandarín, reponiendo alimentos no perecederos en los estantes y durmiendo la siesta entre los quesos y las mantecas. Los vecinos del barrio ya se habían acostumbrado, -los que la veían-, a que no hacia nada la bebe en descomposición verdinegra que farfullaba mandarín con Romi. Hasta le tomaron cariño y le ofrecían helados. Incluso una señora muy mayor, un día le propuso llevarla -sin tocarla, porque se desprendía su piel y quedaba a hueso limpio-, a los lagos de Palermo a darle de comer a los patos. La señora Amalia como ya se había dicho, era muy mayor y no reacciono a tiempo cuando una bandada de patos verdinegros, primero la chuzó a la angelita, y luego se la comió. No dejaron ni los huesos, que en el entrevero fueron a parar al fondo de los lagos verdosos sin ninguna dirección.
Aquellos patos perpetradores de la masacre, hoy se los puede ver de lejos y parecen normales, pero si se acercan, se puede observar como nadan mientras se van descomponiendo.
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