El día que nos agarró la lluvia no me lo contó nadie.
El día que en el patio hablábamos, y mientras hablábamos reíamos y fumábamos y tomábamos aquella sidra neuquina, nos agarró el chaparrón. Con el chaparrón, pasamos del calor infernal del verano, a un suave y refrescante otoño, sin paradas intermedias, sin ningun tren ni subte que nos llevara o nos trajera de allí.
Con el chaparrón encima nuestro, nos dibujamos una sonrisa de esas que quieren decir algo más pero no se animan.Aca no se anima el que no quiere, dijeron tuos ojos, correspondidos como una promesa eterna de amor. Tus manos dijeron a las mías que no había tiempo que perder, y como dos peces boqueando fuera del mar, nos sumergimos en esa nube de blanca inmensidad. Unas lenguas voraces se entusiasmaron y unos palpitares de cine mudo se apropiaron del momento donde todo transcurre en absoluto silencio dentro de cada cuerpo, como con cierta verguenza. Mientras las gotas caian al piso estrepitosas, a medio vestir nos desahogamos a plena luz del día, a hurtadillas. Nos desplazamos lo más cerca posibe de manera de no llamar la atención y nos dejamos mojar, lavar y planchar por el instante que aún hace ecos en mi espalda. Resuena el repiqueteo de las gotas enormes, cargadas de frio, golpeando el caluroso patio de azulejos gastados en aquel pasillo de mi vida. Tu aliento olía a pasto recién cortado y a flores de invierno. Ese día, en ese ambiente irreal de35 milímetros, supe que me amabas pero que pronto deberías irte. Y te fuiste.
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